viernes, 28 de junio de 2013

Antonio Muffardi, Ladrón Profesional.

¿Qué fue lo que llevó a Antonio Muffardi a convertirse en un ladrón profesional? ¿Habrá sido su crianza accidentada que lo marcó, empujándolo a una vida de crimen? ¿Habrá sido el test vocacional que tomó a la edad de diecisiete años, en donde anotó 95 puntos en "Crimen", sólo tres más que en "Chamanismo toba"? ¿Habrán sido las 700 tarjetas de presentación que mandó a hacer y por un error de imprenta decían "Antonio Muffardi, Ladrón Profesional"? ¿Habrá sido por Dog Chow? Quizá nunca tengamos la respuesta y por ello no podemos descartar ninguna de las posibilidades (con la posible excepción de la de Dog Chow, ya que tras 12 años de dedicarme exclusivamente a investigar la vida de Muffardi puedo afirmar con un 90% de seguridad que no se trataba de un can sino de un humano). De cualquier manera he confeccionado esta brevísima crónica de su vida, con el fin de aclarar algunas de las miles de incógnitas que rondan a esta leyenda urbana.

El hombre conocido popularmente como Antonio Muffardi, cuyo nombre real era Antonio Muffardi (¿¿casualidad??), nació hacia 1923 en Oberá, provincia de Misiones. Su padre fue Alberto Muffardi y su madre Catalina Pitorco (aunque algunas fuentes aseveran que esto era al revés). El quinto hijo de la pareja, era el único varón, salvo por sus cuatro hermanos; se afirma que pasó la mayor parte de su infancia vagando. Esto era, claro, para evitar el infierno de su casa: su padre era un violento alcohólico que, de acuerdo a sus vecinos, tenía el hábito de golpear a sus hijos con latas de conservas, incluso a veces parándolos uno al lado del otro como fichas de dominó para que un golpe de lata al primero de propagara a los demás (se dice que era un preciosista y que a veces le tomaba hasta ocho horas disponer a sus hijos en la posición correcta). Su madre, una mujer tierna y cariñosa pero sometida por su marido, desaprobaba fuertemente estas actitudes, de hecho, sólo se limitaba a gritar "Pegale, pegale a ese hijo de puta" cuando su marido maltrataba a alguno de sus hijos. Así creció Antonio, escapándole al horror cotidiano que se dibujaba en la parábola que tomaba cada lata de duraznos en almíbar que volaba hacia su entrecejo. Se dice que en la primaria, si bien no era un alumno aplicado, obtenía buenos resultados por la piedad que despertaba en los profesores cuando llega cubierto de moretones y arvejas.

No tardaría la vida en depararle sus primeras decepciones. A la edad de 13 años, cansado de las golpizas y de las constantes frustraciones académicas en la escuela secundaria (se sabe que Muffardi era completamente incapaz de realizar cualquier operación matemática, incapaz incluso de contar), abandonó su hogar y se abandonó a las calles. Allí curtió su carácter y terminó formando una banda de jóvenes sin hogar a los que llamó "Los nueve del Mufa" (eran cuatro). Cuando el hambre apretó, "el Mufa" supo qué hacer: allí planeó su primer golpe, dando inicio a su carrera delictiva.

La idea original era que sus cómplices asaltaran un almacén propiedad de inmigrantes de Suecia mientras él hacía de campana. El golpe resultó exitoso, sin embargo, por un malentendido en torno a la expresión "La tienda de los suecos", el botín consistió, según una anotación de puño y letra de Muffardi, en "121 pares de calsado [sic] de madera" (se presume que fueron en realidad 12 pares y un zapato suelto). Antes de abandonar el lugar, la banda, que nada deseaba más que ser temida, escribió "Los nueve del Mufa" en una pared, lo que dio inicio a una cacería de la misteriosa banda por parte de la policía. Abatido por el fracaso y por los malestares estomacales que le provocaba comer pedazos de madera, Muffardi decidió repetir el golpe, esta vez en el lugar correcto.

La noche del 23 de diciembre de 1936, Muffardi y sus cuatro secuaces ingresaron al almacén y, tras reducir al tendero, empezaron a llenar bolsas de mercancía. Sin embargo los malhechores ignoraron la presencia de un efectivo de la policía a la salida de la tienda (aunque el informe policial afirme que uno de los muchachos lo saludó con un "Hola, oficial" antes de ingresar al lugar). El uniformado redujo fácilmente a los cuatro cómplices de Muffardi. Cuando se disponía a atrapar al capitán de la banda, y cito su testimonio, "Lo vi salir al quinto de los chicos de Muffardi de adentro de un  pequeño depósito de mercancía, corriendo enloquecido y echando alaridos de terror. No lo pude alcanzar". Se presume que Muffardi entró al depósito para aprovisionarse y de repente, al hallarse entre dos altas góndolas llenas de latas de conservas, tuvo un ataque de pánico y huyó.

Antonio había sido identificado, y la delación de sus cómplices (que se quebraron entre lágrimas tras dos  arduos minutos de interrogatorio) marcó su ruina. Pero las consecuencias no se detendrían allí: La policía, que buscaba encarcelar a "Los Nueve del Mufa", sospechaba con toda lógica que cuatro delincuentes más además de Muffardi estaban aún libres, y sugestionados por el nombre de la banda se decidieron sin más a arrestar a los cuatro hermanos de Antonio. Su madre, destrozada por la tristeza, murió dos meses después a causa del dolor. Del dolor, claro está, del traumatismo craneal que su marido le provocó al golpearla salvajemente con una lata de atún al aceite, delito por el que también él fue encarcelado (curiosamente terminó compartiendo celda con sus cuatro hijos durante dos días, al término de los cuales sus restos físicos fueron encontrados compactados en una lata).

No quedó otra opción para Muffardi que huir. Eligió como destino Buenos Aires y, tras cuatro años de vagar por todo el país (los carteles con números lo desorientaban), arribó a la gran ciudad. Allí adoptó un nombre falso ("Artorio Buffardi") y no tardó en encontrar una nueva banda de delincuentes capitaneada por el conocido criminal de origen irlandés David McArena, que dándole el apodo de "El Misionero" le dio parte en una serie de pequeños crímenes que le permitieron vivir y hacerse una pequeña fama., a la vez que perfeccionaba sus habilidades como ladrón. Fue entonces cuando, para superar su incapacidad matemática, desarolló un intrincado sistema por el cual podía contar correctamente hasta 10 inclusive, sirviéndose sólo de los dedos de sus manos. También fue entonces cuando conoció a su primera novia, con la que mantuvo una relación apasionada de 4 años que terminó abruptamente cuando Muffardi descubrió que su amada no era una mujer sino una parada de colectivo (entendió entonces porque ella nunca aceptaba salir a ninguna parte).

Tras ocho años de esta vida, la banda de McArena cayó en un asalto a un bar. Muffardi, quién nuevamente oficiaba de campana, decidió huir al ver llegar a la ley en lugar de dar aviso a sus colaboradores; su fuga fue exitosa, pero toda la barra fue a parar a la cárcel. También McArena delató a Muffardi, sin embargo, este último se salvó del arresto porque McArena, que sólo lo había llamado por su apodo durante toda su sociedad, había olvidado ya su nombre (y su frase "Detengan al Misionero" sólo llevó al infructuoso arresto y posterior liberación de un cura jesuita). Sin compañeros y cansado de chiquitajes, Muffardi se propuso dar el golpe de su vida. El que lo convertiría en leyenda.

La idea era simple. Muffardi alquiló una propiedad cercana a un banco y, en absoluta soledad, comenzó a cavar un hoyo que habría de llevarlo por abajo de la tierra para terminar ascendiendo y emergiendo entre las cajas de seguridad. Tras 10 meses llenos de contratiempos (que incluyeron los 3 meses de desconcierto en los que Muffardi creyó erróneamente que debía cavar hacia arriba y terminaba encontrando sólo el cielo), una noche nuestro ladrón concluyó la obra y emergió del túnel, pero su incapacidad para el cálculo lo jugó una mala pasada y apareció en el suelo de una comisaría aledaña al banco, que no tenía idea que estaba allí (recordemos que según la filosofía de Muffardi, investigar cualquier cosa e incluso recorrer la manzana donde se hallaba su objetivo antes de un golpe era "de puto"). Inexplicablemente logró disimular el hoyo con una baldosa, volvió a sumergirse y salió indemne.

Con tesón nuestro malhechor retomó la tarea y finalmente, el 14 de julio de 1950, logró llegar a las cajas de seguridad durante la noche y las saqueó. Deseoso de reírse en la cara de un mundo que lo condenaba, dejó una nota a la Policía en la que se leían los siguientes versos:

Me lleve la platita
me la llevé para siempre
Ahora tengo la platita
Yuta cornuda


Cabe destacar que la lectura no era un hábito que Muffardi poseyera. Lamentablemente, cometió el pequeño error de escribir su poema en el reverso de una de sus tarjetas de presentación. La mañana siguiente, por primera y única vez en su carrera, Antonio Muffardi fue arrestado en su casa. El botín, previamente escondido por él en un lugar seguro donde pudiera recogerlo al huir, no fue encontrado.

Y aquí es donde arribamos al acto final del mito de Muffardi, al que lo consagraría como una de las mentes maestras del crimen nacional. El 15 de julio a las 10 horas, Muffardi fue confinado a una sala de interrogatorios donde se enfrentaría cara a cara con la ruina. El oficial Carlos Menéndez, a cargo del interrogatorio, cuestionó:

-Bueno, por que no explica todo esto.

Heroico, rebelde hasta el final, dispuesto a la muerte antes que a traicionarse, Muffardi replicó:

-Confesaré a absolutamente todo. 

Y agregó:

-Lo único que le pido es que me traiga una tasa de café caliente. No desayuné y tengo que ser fiel a la promesa que le hice a mi abuelo en su lecho de muerte. Me dijo "Prométeme que nunca harás una confesión sin antes haber tomado un café negro. Y que siempre que veas un tren te tocarás la entrepierna al grito de 'Ahora probá el Grandote'". Mi abuelo ya no estaba bien en esos días. Pero promesas son promesas.

El oficial decidió cumplir este pedido. Buscó el café y regresó a la sala de interrogatorios. Al abrir la puerta, la silla de Muffardi estaba vacía. Había desaparecido. Habían sido burlados por la mente maquiavélica del criminal más lúcido de todos los tiempos. Sólo tras 8 horas de búsqueda lograron encontrar, disimulado debajo de una baldosa, el agujero por el que el genial criminal había escapado.

¿Había Muffardi planeado todo de antemano? ¿Había escondido cada movida genial tras un manto de aparente imbecilidad? No hay absolutamente ninguna razón que sustente estas hipótesis, pero yo creo que así fue. Cuando la policía volvió a la casa del criminal, ya era tarde. Antonio había huído, llevándose el botín (que había escondido bajo la cama en una gran bolsa con la inscripción "Botín").

Aquí Antonio se nos pierde. Ya no existen más datos sobre su paradero luego de su gran acto final. Algunos dicen que emigró al Oeste, otros afirman que huyó hacia el Este: puedo afirmar con seguridad que sólo una de estas hipótesis es posible. Pero se seguro inició una nueva vida, en una mansión comprada con dólares ganados al Sistema, llena de lujos y completamente vacía de latas de conservas. Donde quiera que esté, este humilde cronista lo saluda, Antonio. Con admiración y con respeto, porque sé que usted es y será siempre el mejor de nuestros criminales. A usted, hombre y leyenda, mi cariñoso abrazo.

Por Santonio Guffardi
Bahamas, 1978

jueves, 2 de mayo de 2013

Crónica de un Revolucionario del Amor

Por Fulgencio Panqué, Revolucionario Trotamundos

Día 1:
Mis pies nunca me han fallado: no lo digo por mi pericia innata para no errar jamás un paso del Meneaito, sino porque me han llevado siempre hacia los levantamientos contra el opresor. Toda mi vida la he pasado viajando, de un lado al otro del globo, para participar activamente en los movimientos de izquierda del mundo entero. Esta vez los rumores de una nueva revolución me han traído hasta la Argentina, donde todo lo que oigo indica que se cocina un nuevo movimiento que pondrá fin al dominio de la perversa derecha. He venido una vez más a prestar mi invaluable experiencia y conocimiento en estas causas para asistir a la nueva revolución: la llaman, y lo creo, La Revolución del Amor.

Día 2: Tan pronto como llegué decidí tomar mi fusil e ir a la sierra a luchar con mis hermanos de alma. Grande fue mi desconcierto cuando descubrí que el fusil que encargué resultó ser un paquete de fideos tirabuzón por alguna clase de equívoco linguístico, que la sierra estaba desierta, y que no podía costearme un remís de regreso a casa sin recurrir al comercio carnal, infamia a la que no puedo rebajarme (no por lo "carnal", sino por lo de "comercio"). Pedí un aventón y le pregunté a mi benefactor, un pequeñoburgués agrario, dónde estaban los guerrilleros; me respondió "En el Gobierno". Mientras tanto, la radio daba detalles sobre la formación de una coalición opositora entre el FAP, la UCR, el EaEaPP y La Sonata Sanatera, con la intención de alcanzar un caudal de votos que permitiera acceder a una posición clave en la Sociedad de Fomento de Coghlan. La complejidad de la política local me asombra.

Día 5: Logré ingresar a una reunión en pleno de las principales fuerzas de izquierda del país, pero cuando entré me encontré a 5 gerontes de traje discutiendo una metodología justa de racionamiento de la piña colada American Club una vez lograda la Revolución mientras se pajeaban frenéticamente entre sí, todo al son de la Internacional. Creo que la Revolución, aquí, pasa por otro lado.

Día 8: Pasé los últimos días contactando a los trabajadores de las fábricas, que me instruyeron en la complejidad del peronismo y su fuerza como motor de esta revolución a través de profusos "Viva Perón, la puta madre". El peronismo se aparece complejo para mí, sobre todo porque no entiendo si había un sólo Perón o se trataba de muchos enanos compartiendo un sólo traje. Dada la baja conflictividad del proletariado intuyo que han delegado a los resortes del Estado revolucionario la acción directa. También miré un programa llamado 678, que me han señalado como usina mediática del ideario revolucionario. Cuando lo puse un tal Orlando Barone analizaba "El rol de la Dictuadura en la Dictadura: ¿Qué hacía la Dictadura durante la Dictadura?" antes de ahogarse en su propia saliva y mandar a un corte para que le cambiaran la chata de lugar. Engimático.

Día 11: Me he dado una vuelta por las Universidades de este maravilloso país para conocer a las jóvenes mentes de la Revolución. Allí fui testigo de discusiones como la que a continuación transcribo:

Joven del MUI: Profesor, ¿nos da 5 minutos para comunicar algo?

Profesor: (sacando un cigarrilo, saliendo del aula) Cinco minutos.


Joven del MUI: (al alumnado) ¡Hola, compañeros! Queremos comunicarles que este viernes vamos a estar haciendo una fiesta con barra libre a precios populares para recaudar fondos para fundar la recaudación de fondos para la realización de una fiesta con barra libre a precios burgueses para juntar dinero para popularizar la Colecta Recursiva para (...) para la compra de material indispensable para hacer banderas que dejen bien clara nuestra postura ante los veinte asistentes a una marcha que vamos a hacer para oponernos a la manipulación mediática de nuestra marcha previa en contra del aumento del boleto universitario.

Joven de la Franja Morada: (gritando entre el alumnado) ¡Callate cogegordas!

(Risas)

Joven del PO: (saltando entre la multitud) ¡Reaccionario! El Compañero sólo quería socializar la cogida de gordas, que, como sabemos, es monopolio de la JP.

Joven de la JP: (ausente, no ha ido a cursar desde hace más de cuatro años)

Muchacha Falopo-Feminista: ¡Caraduras, basta de tratar a las mujeres como objetos! (se pone en tetas por alguna razón)

(sacada masiva de celulares y ejercicio de la fotografía relámpago)


En fin. Me hice una pasada por un Centro de Estudiantes, donde algunos militantes moderados mostraban aprehensión por un error en la confección tercerizada de banderas que dejó como saldo un trapo de 5 metros de largo que rezaba "Sin clientes no hay tarta". Tras una breve discusión resolvieron ir a manifestarse en contra de la precarización del empleo ante una sucursal de La Tartería.

En otro centro de Estudiantes, esta vez controlado por jóvenes que se autodefinían "kirchneristas", estos me explicaron por donde venía la verdadera mano de la Revolución. Este movimiento, que lleva la batuta, parece ser complejo al punto de unificar la lucha sin cuartel contra la derecha y un dibujo de su difunto líder en una escafandra. Mi mente más acostumbrada a la retórica revolucionaria clásica no llega a aprehender todo lo que quieren enseñarme, pero entiendo que los enemigos primarios son "la Corpo" y "los gorilas". El porqué de la aversión hacia los simpáticos animales devoradores de bananas me escapa y nadie parece querer aclararla; la "Corpo", según me explican, es un grupo mediático maligno dirigido por un hombre de voz robótica que se dedica a difundir mentiras tales como "la inflación", "la inseguridad" y "la hinchada de Arsenal" para derrocar al Gobierno popular. He identificado al enemigo, ¡a luchar!

Día 24: He pasado algunos días preso por balear jaulas en el zoológico en un intento de abatir al que creía opresor. Los compañeros me sacaron, de la prisión y de mi equívoco. Al regresar a mi casa puse 678 buscando orientación pero sólo enganché a un tal Barragán tratando de probar que un compañero de panel era un mero invento mediático mediante el método empírico de tirarle bolitas de miga de pan para ver si lo atravesaban. Sin embargo fracasó y por alguna razón todos estuvieron de acuerdo en que la solución era pegarse un saque durante el corte.

Día 28: Estoy desorientado. Nadie en el kirchnerismo parece querer discutir cosas como la reforma agraria y la enajenación estatal del total de los medios de producción; además, cuando quise cantar canciones de Víctor Jara en una reunión me abuchearon y me pidieron temas de "El Dipy", que debe ser un trovador revolucionario vernáculo. Quise tentar al estudiantado comunista a unirse a nuestra causa pero me informaron que el Movimiento Universitario de Izquierda se había subdividido en el Movimiento Guevarista del Estudiantado en Lucha y en la Agrupación Zapatista del Nuevo Pueblo, quedando ambas con un total de 1 miembro. Las luchas intestinas vuelven a desgarrar a la causa.

Día 37: La lucha armada no parece ser el camino deseado aquí. Me instan a ir a marchas y a realizar pequeñas labores cotidianas para ayudar a la causa, pero no siento cercano el rumor del fusil. Los compañeros me instan a seguir ayudando, pero cuando digo que "Quiero guerra" sólo recibo burlas. También me enteré que la Presidenta que preside el proyecto es una especie de magnate hotelera y parece no tener intenciones de autoexpropiarse. Aún así, al pararme frente a la oposición se qué estoy haciendo bien: no sé mucho de este muchacho De Narváez pero si Satán no es colombiano, pelirrojo y de derecha, que me devuelvan mi dinero. Seguiré sirviendo a la causa como pueda, pero estoy cada vez más desencantado. Para colmo, me informaron que la Agrupación Zapatista del Nuevo Pueblo se había subdividido nuevamente en dos agrupaciones, una formada por la mitad superior de su antiguo miembro y la otra por la mitad inferior, y que ahora se están peleando duramente por ver quién se queda con la pija.

Día 74: ¡Triunfo! Finalmente he aprendido a apreciar todas las victorias de este modelo, dándome cuenta de qué idiota he sido en el pasado. Esta revelación tuvo mucho más que ver con el contacto con los parias a los que le hemos tendido una mano amiga por primera vez en la historia que por la culada de guita que hace al sueldo que ahora me pagan por formar parte de la administración de una empresa recientemente estatizada, puesto que pegué gracias a la ayuda de unos amigos de "La Cámpora", agrupación trotskista incendiaria hasta donde puedo ver. Celebro que su método de administración de los dineros públicos sea jugar a una variación del Jenga con tizas de merca en las reuniones de directorio: sólo un alejamiento radical de los métodos de administración propios del capitalismo opresor garantizan la victoria total. La Revolución del Amor goza de buena salud y marchamos hacia la libertad de los pueblos gritando a los cuatro vientos nuestra proclama: ¡Que florezcan mil flores, pero no pisen el césped!

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