viernes, 5 de diciembre de 2008

La Odisea Del Cotton, Capítulo 1: "Supermercado Cotton les desea buenas noches"

Hola. Hoy vamos a probar algo radicalmente distinto. La cosa es así: Yo escribo hoy el 1º capítulo de lo que va a ser una historia, y al final, propongo dos o tres posibles desenlaces. Ustedes, el PUEBLO, haciendo uso de la herramienta de encuestas que esta en la columna de la derecha arriba, van a elegir entre esos finales; y dentro de un tiempo, yo o alguno de mis colegas la seguimos basándonos en el final elegido. ¡Salud!

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¡Qué tonto fui!
Alucinado ante el pasmoso resplandor de una lata de pickles particularmente elefantíaca en una góndola del supermercado “Cotton”, no escuché los clásicos avisos de los empleados aprestando a los consumidores a que se manden a mudar:

“Faltan cinco minutos para que cierre el supermercado”

Aunque ahora, dudo. ¿Acaso esos avisos nunca habían sido dados aquella noche, donde el frío coronaba a los autos de una finísima capa de hielo y la luna estaba redonda como alpargata ‘e croto?

Lo único cierto es que la puerta, la única salida, estaba fuertemente cerrada, tan cerrada como una especie de cofre que se encuentra, por razones indeterminadas, perfectamente cerrado; y no había nadie que pudiera ayudarme. Las luces estaban prendidas, las heladeras funcionando, el polvo formando yacimientos polimetálicos pretendidos por potencias nórdicas exportadoras de bandas de metal. Por allá un papelito, por acá un charco-de-sustancia-indefinida-e-irreconocible. Todo normal, pero nadie, nadie para ayudarme.

Por un momento, aturdido, recorrí las góndolas, que tomaban ahora un aspecto siniestro: sentí que detrás de cada una de ellas se agazapaba un horror, detrás del cual se escondía una penuria, dentro de la cual salía un nuevo pavor; como esos muñequitos rusos cuyo nombre no recuerdo.

El supermercado era vasto como el palo de la segunda carta de mayor valor en el Truco, y el único sonido audible era el silbido amortiguado de los motores de las heladeras, una canción de cuna para la ricota vencida. Pero algo me decía que no estaba solo, que NO PODÍA ESTAR SOLO, que tenía que haber alguien más que se hubiera quedado en el supermercado, atrapado. Decidí gritar.

“¡MAMUSHKA!”, así se llamaban los juguetitos rusos.

Como decía, decidí gritar:

“¡¿Hola?!”

Por un momento, silencio.

Uno o dos minutos más tarde, el sonido continuaba en su terca resistencia a aparecer.

Pero luego, más luego, un gruñido.

De entre las bolsas de papel higiénico, una sombra se alzó.

El hombre que me miraba vestía un gamulan marrón y envejecido, gafas de aumento importante y una expresión de cansancio. Debía estar en sus cuarentas, pero las enormes entradas (desfiladeros más que entradas) que se adentraban en la espesura de su cabellera negra lo hacían parecer más viejo. Alzo su ojo y su otro ojo en dirección a mí, y guiñando el ojo (guiñó el ojo que guiñó, es decir, no guiñó el ojo, sino que guiñó el ojo: el ojo que no guiñó, no, el otro) a través de la gruesa lente de sus lentes, murmuró con una especie de triste satisfacción.

“¡Otro más!”.

Luego se presentó.

“Me presento”, dijo.

Me dijo que su nombre era Tetraedrón Niübels. No acerté a preguntarle el porqué de la diéresis en la Ü.

“Mi nombre, joven, es Tetraedrón Niübels” murmuró, repentinamente jovial. “Y será un placer acompañarlo hasta el lugar donde nos hemos reunido”

Decidí presentarme, aunque dándole un nombre falso por razones que no puedo justificar correctamente sin parecer un idiota. Busqué en mi mente un nombre cualquiera y me topé con uno que había leído en una novela rusa hacía tiempo, y para el apellido no pude pensar más que en una comida que mi abuela me hacía antes de morir de intoxicación (ella):

“Hola. Yo me llamo Piotre, Piotre Consomé.”

Caminé junto a él entre hileras de productos de limpieza; me las veía negras, en un matiz de negro que ni siquiera la insuperable blancura de Ala podría aclarar. Aún así, la presencia del otro me reconfortó.

“Gracias aDios, no estoy solo” dije. Suspiré aliviado, creyendo ingenuamente que todo terminaría pronto. Decaedrón me echó una mirada de lástima.

“Disculpe que le eche una mirada de lástima, Piotre”, dijo, “pero eso no es alivio alguno. Si, somos varios los que nos quedamos encerrados. Sí, por alguna razón no nos avisaron que esto cerraba, y nos enclaustraron. ¿Pero, no sabe usted la situación de esta empresa, del supermercado Cotton?”

“¿Qué hay sobre ella?” cuestioné. Por alguna razón mi encierro me había hecho rescatar vocablos y modismos que creía reservados a las traducciones de los policiales ingleses.

“Este supermercado, amigo, está en convocatoria de acreedores. Decidieron cerrar por un tiempo hasta resolver la situación, y me temo que esta era la última noche de actividad hasta que se resolviera la situación. Ahora, solo la Voluntad Universal sabe cuando saldremos”

Me frené en seco, tan en seco como ni siquiera uno de los nuevos secarropas “Cono” podría dejar tus prendas favoritas.

“¡Puta madre! ¡Pero, esto tiene que haber sido a propósito! ¡Alguien aprovechó nuestra distracción y nos encerró, cerrando el lugar antes de horario! ¿Pero, quién? ¿Y por qué?”

El grito “¿Por que?” rebotó entre los estantes, se alejó rápidamente y volvió coreando las oscuras (acá podría ir otra acotación de productos de limpieza, pero no se me ocurre ninguna más creativa que las anteriores, ¡fatalidad!) palabras de Tetraedrón:

“No sabemos, amigo Piotre. Pero quédese tranquilo. Va a ver que nos vamos a dar cuenta”. Y levantó una ceja como haciéndome una seña de Truco.

“¿Y vos?”, me agarró un súbito ataque de paranoia y miré a mi alrededor con una mirada que, según me contaron los que la vieron, me da un inconfundible aire de maníaco, “¿Cómo sabés tanto? ¿Quién te dijo todo esto del supermercado, la convocatoria de acreedores, el encierro intencional y la mar en coche? ¿Qué? ¿Qué? ¿QUÉ? ¿QUÉ?”

Pareció impresionado, luego asustado, luego impresionado nuevamente; luego reflexivo, más tarde dubitativo, abrió la boca para decirme algo, la cerró, la abrió de nuevo, pareció nuevamente atemorizado, luego cruzó sus ojos una mirada de decisión, más tarde otra 50% p/p de incomodidad y temor renovado, cerró su boca nuevamente e inmediatamente la abrió, diciendo:

“Estamos cerca del lugar. Acá nomás está toda la gente que está en la misma situación que usted, y juntos podemos hacer más. Por cierto, ¿alguna vez meditó sobre el significado de la expresión “la mar en coche? Porque la encuentro particularmente carente de sentido, en lo personal”

Sonrió, se dio vuelta y comenzó alejarse. Me dijo, sin mirarme y sin parar de caminar:

“Ahí nomás, vaya derecho y los va a encontrar a todos. Yo tengo que irme a hacer otras cosas por ahí”

Escuché las voces provenientes de aquella dirección, no más de cinco distintas, pero muy diferentes entre sí: jóvenes y grandes, agudas y graves, terapia intensiva y pronóstico reservado, horario de visitas de 9 a 12 hrs. solamente y no más de 3 visitantes por habitación. Empecé a avanzar y me di vuelta, y contemplé a Tetraedrón marcharse, chiflando bajito.

¿Quién me aseguraba que no era un loco? Parecía raro, y su sabiduría sobre toda la cosa era bastante sospechosa. Quizá inclusive tuviera algo que ver con quienes decidieron encerrarnos. Además tenía lentes y entradas, y Dios sabe que los calvos (aunque no sean calvos calvos) y los chicatos guardan resentimiento, o eso vi en las películas. Aparte, APARTE, o sea, medio que me daba miedito. ¿Qué debía hacer yo? Quizá fuera útil seguirlo, sin que se diera cuenta, y ver en que andaba.

Miré a mi derecha, a un estante lleno de pesadas latas de arvejas. Tetraedrón sólo se había alejado unos veinte metros. Una idea floreció en mi mente… quizá fuera demasiado extremista y paranoide, pero me aseguraba tranquilidad. Nunca había sido un buen lanzador, de hecho, en el equipo de básquet de la secundaria solían elegirme después de un chico apodado “Calzados Firestone”. Pero, por otro lado, era un tiro con posibilidades… golpeándolo en la cabeza lo aturdiría, y podría sacarle información o dejarlo fuera de combate… aunque quizá me estaba extralimitando…

Y a la vez, las voces más adelante sonaban amigables, casi acariciadoras, como un mormón particularmente persuasivo que no va a golpear la puerta a la mañana.

¿Qué haría yo?

FIN DEL CAPÍTULO 1

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VOTE EN AL ENCUESTA, ARRIBA A LA DERECHA, POR LA CONTINUACIÓN QUE PREFIERA PARA ESTA HISTORIA:

OPCIÓN A- Quiero que Piotre se deje de joder con esa mentalidad paranoide y vaya al encuentro del grupo de personas encerradas.

OPCIÓN B- El de la opción A es un mamón. Todos están en contra de Piotre. Todos. Inclusive esa planta de allá. Quiero que lo siga sigilosamente a Tetraedrón y espíe en que cosas raras anda. Te juego, te juego, que está en la droga.

OPCIÓN C- Manga de putos, Piotre no necesita esa mierda de “Espiar” ni “Hablar con la gente”. Es un macho pulenta y se la banca, y resuelve las cosas como un hombre. Quiero que Piotre le tire a Tetraedrón con la lata de arvejas, a ver qué sale. Vas a ver que lo hace cagar de un arvejazo.

¡VOTEN, VAMOS, AMIGUITOS! En 15 días se cierra y vemos qué pasa.

3 comentarios:

  1. richard trujillo nació un 14 de mayo de 1931, en el seno de una familia burguesa

    desde niño se sintió atraído hacia los ovnis, los parachoques, los toboganes y los postes peludos que arañan los gatos

    sufrio un accidente en el año 1971, en medio de la segunda guerra mundial, cuando trató de encender su Avioneta Loolapalooza con una llave Cruz untada a un aceite patito

    ADELANTO DEL PRÓXIMO CAPÍTULO!

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  2. y a quien carajo ler importa??

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